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La comunicación interpersonal

* Francisco Bobadilla Rodríguez

La comunicación entre los seres humanos tiene una serie de manifestaciones y modos. Quiero fijarme en uno de estos modos, a propósito de unas ideas de Gabriel Marcel (El misterio del ser, en Obras selectas, Madrid, BAC, 2002).

Se trata de la comunicación interpersonal, allí donde comparecen no un simple emisor y receptor anónimos, sino dos personas que se comunican manifestando el misterio de su ser. Estoy refiriéndome a aquellos encuentros sencillos como compartir tareas con colegas en el trabajo, un rato de esparcimiento en un parque o una conversación agradable en la cafetería en donde los amigos manifiestan la prosa diaria de su vida.
Dice Marcel: Podemos, por ejemplo, tener la sensación de que alguien que se encuentra en la misma habitación, muy cerca de nosotros, alguien a quien vemos, oímos y podemos tocar, no está presente, sino que se encuentra infinitamente más lejos de nosotros que un ser amado que está a cientos de kilómetros.

Los supuestos que encajan en esta observación de Marcel son muy variados. Por ejemplo, aquella reunión social a la que asistimos y en la que el ambiente multitudinario impide un contacto personal.

Lo mismo puede ocurrir en el trabajo, en el que nuestro contacto con los colegas se reduce a frases rutinarias y encuentros puramente funcionales.Según Marcel, y pienso que lo dice con justeza, en estas reuniones hay cercanía de unos y otros, pero no hay presencia. No obstante las risas y los gritos de entusiasmo, muchos de los allí presentes pueden estar muy lejos unos de otros. Hay comunicación entre ellos, pero lo cierto es que no hay comunión.

De allí que la comunicación interpersonal, con ser la más profundamente humana, no está asegurada ni entre amigos ni entre esposos, por poner los casos más paradigmáticos.Los amigos no solo se cuentan cosas porque entre ellos hay mucha confianza, sino porque ese es un modo de permanecer siempre transparentes el uno con el otro.

Estos diálogos no solo dicen cosas, sino que airean el alma: en ellos nos mostramos. Cuando nos volvemos opacos, aparecen los malentendidos o surgen nudos en nuestras almas que no sabemos ni podemos desatar, las palabras ya no generan comunión.

Si la comunión se obstruye, el diálogo ya no hace crecer. En lugar de generar remansos de serenidad y alegría, se forman charcos de agua estancada que envenenan el alma.Un diálogo así es diálogo de sordos y produce heridas que dañan la relación. El peligro es que, si no se hace un esfuerzo serio por desatar el nudo, el nosotros acabará por perderse no en el mar de la indiferencia, sino en el del resentimiento.

Por eso, encontrar al otro en su tinta o volver a descubrirlo es una tarea ardua pero necesaria cuando se quiere llegar hasta la comunión en la comunicación. Descubrir al otro en su mejor expresión, tocar su yo más profundo requiere de un espíritu agudo que sepa ver no solo las manifestaciones de la vida, sino el ser de donde brota esa vida, aun cuando para llegar allí deba ir detrás de ti, detrás de mí, al otro lado de todo.

1 comentario

petra -

Encontré muy interesante tu nota, muy acertada, pero me asaltan dudas al respecto. ¿A qué le atribuyes tú esa tendencia a la "opacidad" en la comunicación, siendo que, en cierto modo, vibramos por la comunión? ¿sólo un hecho cultural?
Gracias. Te estaré visitando.
Saludos. P.